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La realidad de la vida, las esperanza, las perdidas, los sueños; y las grandes frases

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Los grandes hombres afincan la trascendencia de sus nombres en la claridad de sus propios pensamientos y en las particularidades de las tendencias de su intelecto, y no en la claridad y la transparencia de los conceptos puestos por ellos mismos en debate; eso está claro.

Sin duda alguna han igualmente descubierto que al decir las cosas deben expresar como principio el pragmatismo, y la visualización de las reglas generales del comportamiento humano, y no los detalles comportamentales y sus consecuencias psíquicas. Y las han descrito con la dosis de positividad necesaria como para que sus frases devengan enteramente creíbles, y por la fuerza de las cosas universalmente aplicadas y repetidas de boca en boca, y de generación en generación, por quienes se las quieran aplicar, claro.

Pero la realidad de las cosas estipula seriamente que si existen límites a las manifestaciones sentimentales como el amor, la confianza y la esperanza. Y que las pérdidas y el sufrimiento por culpa de estas razones resultan arduos a lo humano. Y pueden inclusive decapitar al más positivo de los seres, y ponerlo en mala posición con respecto a la vida, y a las deducciones necesarias que se deben sacar de ella.

El “reconocimiento” de virtudes y de defectos, de fuerzas y de debilidades humanas, es entonces lo más importante para el desarrollo del comportamiento. Y no las susodichas esperanzas bien o mal manipuladas, o la ingenuidad de la mayoría de los seres vivos, en parte manipulados por su propio pensamiento, o por el de sus circulo de frecuentaciones y de creencias. Que siempre quieren creer que se puede, incluso cuando ya saben y viven convencidos de que no existe razón alguna para seguir adelante en un empeño, o proyecto determinado.

Pero el reconocimiento de la realidad de la vida solo se logra con la visualización pragmática de lo sucedido, y luego con la resurrección completa de nuestro estado de ánimo con respecto a las victorias y derrotas acaecidas. Y no con los rasgos evidentes de las terquedades malsanas y amnésicas, que nos predisponen a no aceptar los finales de manera natural.

Luego es peor, ya que la perseverancia negativa puede provocar decepción crónica, cuando nos encaprichamos en seguir creyendo que algo perdido tiene aún solución.

Por ejemplo: Una relación pérdida para siempre, y de la cual uno se queda enamorado. Un amigo que pensábamos ver a la vuelta de un viaje, y al llegar nos anuncian que murió en un accidente, o de una enfermedad larga, o repentina, poco importa. Todo estará acabado para quien se fue y también para quien se quedó esperando. Por lo tanto solo nos debería quedar como consuelo para resignación por la perdida, el del reconocimiento de lo vivido y de lo hecho. Para que por ejemplo la persona concernida supiera en el momento preciso, que la amábamos. Y no luego cuando se hubiera marchado, o muerto sin poder saberlo.

Un sueño truncado por las coyunturas de la vida, que se levanta dolido y perdido en un granero oscuro y lleno de trastos donde no se ve aguja, nos despierta deprimidos y llenos de viejos complejos. Y si no sabemos reconocer nuestras coordenadas básicas, nos quedaremos rápidamente sin oxígeno y moriremos por falta de nuestros alimentos primordiales. Que son nuestro propio intelecto y la escucha de consejos venidos de la parte de personas menos ávidas de aventuras abstractas, y más posadas en una realidad dramática.

Y luego también pienso que “quienes más saben” tienen razones extraordinarias para convencernos de hacer o no hacer, o de pensar igual o diferente a nuestros propios términos. Quizás porque en verdad son sabios. Pero también puede ser porque ya vivieron una situación determinada, y quieren ante todo aclararnos las consecuencias de nuestros actos. Y es por eso que nos predicen hasta que punto nos puede conllevar el trágico episodio del sufrimiento por empecinamiento.

Pero siempre se nos dirá que somos nosotros, y nosotros mismos los responsables de nuestras vidas, de nuestros errores y victorias, y de nuestras derrotas y realizaciones. ¡Porque en realidad así es!

Y si además nosotros mismos no podemos hacer el esfuerzo necesario para reponernos del mal momento, pues nada, que la desilusión nos degradará el pensamiento. Y con él, se irán al diablo nuestras desgastadas esperanzas. Y perderemos la confianza en nosotros mismos, y nos importará poco lo antes dicho y vivido. Y luego no encontraremos nada en sitio que nos recuerde lo sentido al principio del momento. Y nos colmaremos de odios y rencores mal o bien fundados, pero malos al fin y al cabo. Y al final, si aún tenemos fuerzas y tiempo, vendrá el olvido con sus notas sin delirio y tonos grises y húmedos.

En fin las grandes frases de los grandes hombres se aplican más al plano general de las comunidades y están basadas en la estandarización extrema del pensamiento y el comportamiento humano. Y hablan mucho más de los sentimientos patrios y sociales, que del comportamiento básico de los elementos que componen sus comunidades respectivas. Y si no cuentan con el segmento de las penas, es precisamente porque estas, aunque si existen, no son para nada motivantes en términos generales; y por lo tanto no mueven masas.

Para terminar tendría que reincidir en lo que siempre he dicho sobre quienes escriben con determinación y sin complejos: Y es que este tipo de personas no se describen por la fuerza de las cosas a sí mismos, pero si se aplican en muchos términos y casos, lo vivido por sus semejantes y lo escuchado en debates y en diálogos. Interesantes, según la manera en que cada cual vea las cosas.

Y solo esperan que muchos estén de acuerdos con ellos y que otros tantos no lo hagan. Para que lo dicho y escrito cause un tal debate que las contradicciones corroboren lo fehaciente del principio enunciado, o lo nieguen de manera contundente.

Precisamente para que luego se les reconozca y entienda con claridad, o se les detracte y descarte a vida.

¡YO PIDO POR CUBA!


 


Archivado en: Selección de articulos Literarios de mi autoría.

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